Sin duda alguna todos los futboleros hemos vivido goleadas. Las mismas pueden presentarse en distintas variedades: partidos de barrio, campeonatos hipercompetitivos, contra el clásico histórico, contra un equipo humilde… y la lista podría seguir. Más allá de todas estas variantes hay algunos sentimientos que se repiten y es lo que yo denomino los Lugares Comunes de las goleadas.
Con el avance del tiempo y del tanteador todas las goleadas están marcadas por tres sentimientos: gozo, lástima y culpa. Irremediablemente cada vez que un jugador o un equipo golea le suceden esa catarata de sentimientos.
Empezamos con el gozo. Sensación indescriptible por ver la facilidad con que la pelota entra en el arco a través de distintas variables. Salen todas. Como nunca en la historia el nivel de juego es altísimo y con una eficacia tremenda. El gozo hace que uno infle el pecho y sienta cierto orgullo por pertenecer al equipo goleador (como jugador o hincha). Incluso puede terminar en emociones y cánticos descontrolados.
Seguido de ese sentimiento empieza a ponerse la mirada sobre el equipo rival y surge así la lástima. Ese sentimiento se esconde detrás de frases como “Pobre arquero lo dejan siempre mano a mano” o “¡Qué perdido está ese defensor tiene menos fútbol que utilísima!” o “El gordito que juega de cinco no puede correr ni al colectivo a esta altura del partido”. Y así las frases se pueden multiplicar en esa misma dirección. Pero este sentimiento no queda en frases también puede pasar a las acciones. Así es como se encuadran decisiones de lateralizar (o de riquelmizar) el juego sin buscar la profundidad, el pedido explícito al árbitro para que no sume muchos minutos, el ingreso de jugadores de novena, el grito silencioso después de cada gol…
Puede sorprender, pero al cabo de muy poco tiempo esa lástima se transforma en culpa. La culpa es uno de los sentimientos centrales de la humanidad y nace ante el reconocimiento claro de cierta responsabilidad en los males ajenos. A partir de esa definición casera la culpa se entiende perfecto. El jugador o el hincha ve que el rival está para atrás, desanimado, sin alma y siente algo de culpa. Esto se puede profundizar en las categorías menores donde los perdedores empiezan a llorar de la desesperación y el equipo goleador se siente una mala persona por haber provocado esas lágrimas. Y se mira al arquero y con el gesto que tiene es claro que el pobre desgraciado nunca más en su vida se volverá a poner los guantes… ¿y si se cambia de deporte? ¿y si le toma odio al fútbol? Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…
Pero como todo ciclo y como en la vida misma, el final siempre es el mejor con el gozo eterno basado en el recuerdo de una jornada histórica.
Con el avance del tiempo y del tanteador todas las goleadas están marcadas por tres sentimientos: gozo, lástima y culpa. Irremediablemente cada vez que un jugador o un equipo golea le suceden esa catarata de sentimientos.
Empezamos con el gozo. Sensación indescriptible por ver la facilidad con que la pelota entra en el arco a través de distintas variables. Salen todas. Como nunca en la historia el nivel de juego es altísimo y con una eficacia tremenda. El gozo hace que uno infle el pecho y sienta cierto orgullo por pertenecer al equipo goleador (como jugador o hincha). Incluso puede terminar en emociones y cánticos descontrolados.
Seguido de ese sentimiento empieza a ponerse la mirada sobre el equipo rival y surge así la lástima. Ese sentimiento se esconde detrás de frases como “Pobre arquero lo dejan siempre mano a mano” o “¡Qué perdido está ese defensor tiene menos fútbol que utilísima!” o “El gordito que juega de cinco no puede correr ni al colectivo a esta altura del partido”. Y así las frases se pueden multiplicar en esa misma dirección. Pero este sentimiento no queda en frases también puede pasar a las acciones. Así es como se encuadran decisiones de lateralizar (o de riquelmizar) el juego sin buscar la profundidad, el pedido explícito al árbitro para que no sume muchos minutos, el ingreso de jugadores de novena, el grito silencioso después de cada gol…
Puede sorprender, pero al cabo de muy poco tiempo esa lástima se transforma en culpa. La culpa es uno de los sentimientos centrales de la humanidad y nace ante el reconocimiento claro de cierta responsabilidad en los males ajenos. A partir de esa definición casera la culpa se entiende perfecto. El jugador o el hincha ve que el rival está para atrás, desanimado, sin alma y siente algo de culpa. Esto se puede profundizar en las categorías menores donde los perdedores empiezan a llorar de la desesperación y el equipo goleador se siente una mala persona por haber provocado esas lágrimas. Y se mira al arquero y con el gesto que tiene es claro que el pobre desgraciado nunca más en su vida se volverá a poner los guantes… ¿y si se cambia de deporte? ¿y si le toma odio al fútbol? Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…
Pero como todo ciclo y como en la vida misma, el final siempre es el mejor con el gozo eterno basado en el recuerdo de una jornada histórica.
Más Lugares Comunes: Pensamiento Lateral -
No hay comentarios:
Publicar un comentario